El Colegio Estadounidense de Medicina Deportiva (ACSM) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) sugieren que el entrenamiento de fuerza debería ser parte integral del régimen de ejercicios, desmontando así algunos mitos arraigados.
La fuerza no solo facilita la vida diaria, sino que su pérdida se correlaciona con un mayor riesgo de mortalidad en adultos mayores, según el European Journal of Sports Medicine.
Desmitificando el temor de las mujeres a "verse voluminosa", el entrenamiento de fuerza promueve beneficios musculares sin transformaciones drásticas. El músculo magro generado por el entrenamiento de fuerza acelera el metabolismo, actuando como un quemador natural de grasa.
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Además, ante la disminución de masa ósea relacionada con la menopausia, el entrenamiento de fuerza emerge como una vacuna para combatir la osteoporosis. Asimismo, fortaleciendo el tejido conectivo y estabilizando las articulaciones, la fuerza previene lesiones y molestias en la columna lumbar y artritis.
El entrenamiento de fuerza no solo desarrolla músculos, sino que también educa sobre movimientos y gestos, mejorando la postura y la salud articular. No existen ejercicios exclusivos para mujeres u hombres. La elección debe basarse en preferencias y objetivos individuales.
El entrenamiento de fuerza mejora la tolerancia a la glucosa y la sensibilidad a la insulina, independientemente de los cambios en la grasa corporal. Investigaciones respaldan que el entrenamiento de fuerza contribuye a mejorar el sueño, la calidad de vida y la salud mental, siendo una terapia complementaria para síntomas depresivos.
Asociado con una autoestima más elevada, el entrenamiento de fuerza promueve una concepción saludable del ejercicio y una mayor satisfacción con el propio cuerpo. Al mismo tiempo, mantener la fuerza se traduce en independencia y autonomía con el paso de los años, permitiendo llevar a cabo actividades cotidianas con facilidad.