El ejercicio físico es crucial en todas las etapas de la vida, sin embargo, su importancia se acentúa a medida que envejecemos. Mantenerse activo no solo protege la salud, sino que también puede añadir años de vida.
Una de las mejores alternativas para las personas mayores de 50 años es el slow jogging, una práctica que mejora la condición física y ayuda a reducir el estrés y mejorar el bienestar general.
A diferencia del running tradicional, el slow jogging se caracteriza por un ritmo suave y constante. De esta manera, permite que el cuerpo y la mente se sincronicen, fortaleciendo la conexión con nuestro entorno y nosotros mismos. Además, este tipo de ejercicio es menos agresivo para las articulaciones, lo que minimiza el riesgo de lesiones.
El slow jogging no solo es beneficioso a nivel físico, mejorando la capacidad aeróbica y la circulación sanguínea, sino que también tiene un impacto positivo en la salud mental. Al mantener un ritmo moderado, el ejercicio se convierte en una actividad meditativa que ayuda a reducir el estrés y la ansiedad.
Aunque el gasto calórico del slow jogging es menor comparado con el running, este tipo de ejercicio aún quema más calorías que caminar rápido. Además, promueve la actividad metabólica, ayudando a preservar la masa muscular y a mantener un peso saludable, algo especialmente importante a medida que envejecemos.
En términos sencillos, se lo puede describir como un trote lento, un running ligero que presta atención a la coordinación y los movimientos corporales. Este enfoque consciente no solo trabaja el cuerpo, sino también la mente proporcionando un ejercicio completo y equilibrado.
Para aquellos interesados en comenzar con el slow jogging, se recomienda iniciar con sesiones cortas de 10 a 15 minutos, alternando caminata y trote suave. Gradualmente, se puede aumentar tanto la intensidad como la duración de las sesiones. Incluso, para un cuerpo entrenado, el slow jogging puede representar un desafío beneficioso.