Desde tiempos ancestrales, el maquillaje ha sido una herramienta de expresión personal y cultural. Ya sea para rituales, celebraciones o como símbolo de estatus, las civilizaciones antiguas reconocieron su capacidad para comunicar mensajes sin palabras. Hoy en día, el maquillaje sigue siendo un recurso fundamental en la vida cotidiana, reflejando no solo preferencias estéticas, sino también aspectos de la personalidad y la percepción social.
Un estudio reciente del Departamento de Psicología de la Universidad de Columbia analizó cómo el uso o rechazo del maquillaje se relaciona con características individuales. Según Tara Well, psicóloga a cargo de la investigación, "existen fuertes incentivos para que las mujeres usen maquillaje en el lugar de trabajo".
La doctora explicó que "socialmente, el maquillaje no solo aumenta el atractivo percibido, sino que también puede aumentar la confianza de las mujeres". Esto evidencia que la elección de maquillarse o no trasciende la superficialidad, conectando con aspectos como la autopercepción y el impacto en el entorno.
El estudio también resalta cómo esta decisión varía según contextos y culturas, marcando diferencias en las motivaciones detrás del maquillaje. Para unas personas, puede tratarse de un acto de creatividad y empoderamiento; para otras, una declaración de independencia frente a expectativas sociales. En cualquier caso, lo que parece claro es que esta práctica, o la falta de ella, dice mucho sobre cómo nos relacionamos con nosotros mismos y con los demás.