En el coleccionismo de monedas, una pieza fabricada en México hace más de 250 años sigue siendo una de las piezas más anheladas en la numismática. Por su composición de oro, llegó a ser codiciada hasta en China; el famoso Real del 8 “cara de rata” se adueñó de Oriente y hoy es una pecunia muy valorada entre los coleccionistas.
Aunque todos sus ejemplares se acuñaron en México, el real “cara de rata” se transformó hacia finales del siglo XVIII en una moneda de cambio tremendamente exitosa en China. Esa internacionalización llevó a Carlos III a imprimir su efigie en las piezas que en Oriente comenzaron a ser reconocidas como “dólar español” o, simplemente, “Carolus”, por las inscripciones en latín que hacían referencia al monarca. Todo esto no escapó de la atención de la numismática, que las rastrea en todos los rincones del mundo.
El encanto de las monedas Real del 8 “cara de rata” reside en la dificultad que existe para encontrar un ejemplar, ya que pese a que se hicieron muchísimas, el paso del tiempo ha hecho que se pierda el rastro de muchas, algunas dispersas por una veintena de países debido a su carácter internacional.
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Numismática: ¿cómo es la moneda “cara de rata”?
El diseño de estas piezas es obra del talentoso Tomás Francisco Prieto y presenta la efigie de Carlos III. Fueron acuñadas entre 1762 y 1772 y en una subasta de materiales de numismática puede alcanzar un valor de hasta 66 mil pesos.
La moneda mexicana Real del 8 “cara de rata” ostenta un diseño elegante en oro, donde el busto de de Carlos III toma el centro del escenario. Su circulación se extendió desde 1762 hasta 1771, bajo las dos siglas de ensayadores MM y MF.
Carlos III, rey de España desde 1761 hasta 1788, tenía una fisonomía particular, especialmente su nariz prominente, lo que le dio un aire distintivo que quedó inmortalizado en estas preciadas piezas.
Más allá de su aspecto, Carlos III se destacó por su papel en la Guerra de los Siete Años, donde enfrentó la ocupación británica en Honduras y la pérdida de la colonia francesa de Quebec. Su intervención fue crucial para frenar el avance británico en el continente americano, consolidando su legado como un monarca defensor del territorio español.